Homenaje a mi tierra

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HOMENAJE A MI TIERRA

 

María de la Isla

 

 

Mirando a través del espejo de Canarias, una noche ví altas montañas, arboladas algunas, llanuras casi desérticas, extensas playas de cantos rodados y arenas doradas o negras, incluso dunas, donde en un ayer muy lejano hubo conchas y rocas. Seguí mirando y mis miradas me llevaron a encontrar paisajes insólitos en Lanzarote, donde ayer el volcán creó malpaíses ahora había casas y viñas. En Tenerife me encontré con el verdor de las cañadas del Teide y su insólita flora y la más alta montaña que nunca había visto en mi corta vida. Nevada estaba en su cumbre y escarpada era su subida y hace años me habían dicho que las sandalias derretía. Seguí mi viaje, y llegué a Fuerteventura, donde todo eran llanuras de tierra y arena, extensas, bellas y solitarias playas y un mar hermoso desafiaba mi vista con su azul intenso. En La Graciosa, encontré un espacio protegido. Mareaba el barco que me llevaba y era linda y pintoresca, aunque pequeña. El capitán del barco me llevó entonces a La Palma, que verde como era, aún estaba triste por los incendios, pero seguía siendo la majestuosa obra del bosque ancestral y tan bonitas sus casas con balcones llenos de encanto. Si La Gomera pudiera hablar lo haría con su característico silbo y me susurraría a través de las montañas las bellas endechas de El Hierro, cuasi tristes pero muy nuestras. Pequeñas -me dije-, pero es mi tierra. Y aún así, creí incluso viajar a San Borondón, o San Brandán en su origen medieval, pero creo que seguía soñando, pues su recuerdo es muy vago y no dejaba de moverme en un vaivén sostenido casi con ritmo musical.

            No había orden en este viaje soñado. Los espacios se superponían y tan pronto terminé de viajar me encontré de nuevo en Gran Canaria, mi tierra. ¿Qué podría decir de la que dió origen al nombre de estas islas afortunadas? En ella está Vegueta, la muy querida nueva madre de esta isla, palmar en su origen.  Es isla montuosa y de medianías y costas, de microclimas y contrastes diversos; en su origen -como todas- laurisilva y fauna autóctona. Pensé que me acogía de niña, luego de mayor me llevó a tener grandes alegrías y espero que cobije mis últimos momentos de esta vida. En todas ellas había vestigios de un pasado prehistórico: con una cueva pintada, con momias, con cuevas y graneros, con casas hondas, con enterramientos en malpaíses, en túmulos o en cuevas.

            Una noche, soñando, me trasladé a mis islas, a mi tierra mítica, llena de turistas, de nativos, de amigos y familia. Pensé en andar por estos caminos, pero mis pies estaban cansados. Pensé ser peregrino, pero necesitaba un barco, y entonces quise ser capitán de mi velero para moverme libremente entre ellas y atracar en sus puertos, tan transitados. El barco me llevaría incluso si quería a la otra orilla, a la octava isla como la llaman, donde ayer, hace mucho tiempo viajaban nuestros antepasados, emigrantes o navegantes obligados a parar en Canarias, como hizo Colón en su primer viaje. Sólo quedaba despertarme, poner los pies firmes en el suelo y decirme: «Sigo en mi tierra.»

 

            En Las Palmas de Gran Canaria, a 24 de julio de 2011.

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